El libro “Fanáticos. La cultura fan”, escrito por Daniel Aranda, Jordi Sánchez-Navarro y Toni Roig, de 2013, postula que los fanáticos han sido tradicionalmente menospreciados, pues “son, en muchos aspectos, la sublimación del modelo de consumidor de cultura vulgar carente de cualquier clase de gusto”. No sé si consumo cultura vulgar o no tengo gusto, pero lo que sí sé es que toda mi vida he sido fanática. Desde pequeña desarrollé una gran afición al cine y televisión, al nivel de coleccionar imágenes de películas y actores en un cuaderno. Luego, mi amor por el séptimo arte transitó hacia la música pop, personificado en boy bands de los 90. Quienes ocuparon el 100% de mi pieza fueron los Backstreet Boys, específicamente Brian Littrell. Durante ese tiempo compré revistas, junté álbumes y grité como nunca cuando subieron al escenario de Viña del Mar en 1998. Tenía 13 años. En el presente, mi gusto por la música pop se instaló de manera indefinida en Corea del Sur y me convertí en una fanática de la cultura coreana. Escucho k-pop, veo doramas (series), como ramen, bebo soju, miro películas y leo libros producidos en el país asiático. Compro discos y colecciono photocards (tarjetas con fotografías de algún artista). Llegué a estudiar por meses su idioma (hangul). ¿Estoy sola en esto? No. El mundo, y nuestro país, son tierra fértil para la cultura coreana. Este 2021, el diccionario de Oxford, el más completo de la lengua inglesa, añadió cuatro palabras coreanas a sus páginas. En 2020, Spotify confirmó que en los últimos seis años la reproducción de k-pop aumentó en más de 1.800% y Chile está en el top 20 de países que más tuitearon sobre pop coreano ese mismo año. Alguien que comparte mi afición a esta cultura es Valentina Montoya, quien, junto a sus amigas Fernanda, Camila y Francisca, crearon en diciembre de 2020 la cuenta “Korean Basic” en Instagram, que hoy tiene cerca de 17 mil seguidores. Los contenidos que comparten van desde reseñas de series, noticias musicales, recetas de comidas y cócteles, hasta venta de snacks asiáticos difíciles de encontrar en su ciudad natal, Concepción. Valentina conoció la cultura coreana a través de la canción Dynamite, de BTS, grupo comparado con los Beatles por su gran impacto en los charts musicales. Confiesa que la canción de más de un billón de reproducciones en Spotify no le gustó mucho, pero que le dio otra oportunidad al k-pop con el documental de Netflix, Blackpink: Light Up the Sky. Solo eso bastó para empaparse y entrar en “un túnel sin salida”. Cree que lo atractivo de sus producciones audiovisuales es que son diferentes a lo que uno está acostumbrado a ver, “uno rechaza el tema de los asiáticos porque son muy diferentes a nosotros, pero creo que la forma de contar historias y su belleza estética te atrapan”, expresa. Comenta que la gran popularidad de la que goza la cultura coreana en nuestro país es por la globalización, internet y búsqueda de algo distinto. “A la gente le gusta, porque quiere probar cosas que salgan de lo común. Buscan una salida a lo que hacen o ven en su vida diaria”. Valentina ha escuchado de manera directa los prejuicios y estigmas que hay en torno a los fans de esta cultura: “A todos los asiáticos les dicen chinos en un tono despectivo. Además, tienen estigmatizados a los fans como súper locos”. Cuenta que todas las estrellas coreanas tienen vlogs en Youtube hablando de su vida. “Es un reality, te hacen querer saber más. Heung-Min Son del Tottenham también tiene videos. A la gente le interesa saber lo que hacen cuando no están jugando, cantando, etc.”. Lo cierto es que la ola coreana se encuentra en todo su esplendor y para quienes se muestran reticentes a ella, decirles que tiene más pro que contras. Amplía la visión de mundo al conocer una nueva cultura, ayuda a derribar prejuicios y, lo más importante, crea una comunidad de fanáticos que va más allá del simple gusto por su cine, series, música o comida, sino más bien, de jóvenes comprometidos con causas que consideran fundamentales para su generación.