7 Boletín Salesiano | Me acordé de un testimonio sincero y honesto de una joven que escribió a don Luis María Epicoco y que él publicó en su libro La luz al fondo. Es un testimonio que me gustaría que conocie-ran, porque lo considero la antítesis de lo que tratamos de cons-truir todos los días en cada casa salesiana. Esta joven siente, en cierto sentido, que no hay éxito ni realización si falta el más humano de los encuentros: las bellas relaciones humanas. Esta joven escribe sobre sí misma: “Querido Padre, le escribo porque quisiera que me ayuda-ra a comprender si la nostalgia que he sentido en los últimos meses me dice que soy extraña o que algo importante para mí ha cambiado. Tal vez te ayude si te cuento un poco sobre mí. Decidí irme de casa cuando tenía 18 años. Era una forma de escapar de un entorno que me parecía tan estricto, tan sofocante para mis sueños. Así llegué a Milán buscando tra-bajo. Mi familia no podía apoyarme en mis estudios. Por esto estaba enfadada con ellos. Todas mis amigas estaban ansiosas por elegir una universidad donde es-tudiar. Yo no tuve otra oportunidad, porque nadie podía apoyarme. Busqué un trabajo para vivir y, durante años, soñé con la posibilidad de estudiar. Lo logré y, con inmen-sos sacrificios, me gradué. El día de mi graduación no quería que mi familia asistiera. Pensé que unos campesinos con apenas estudios secun-darios no entenderían nada de mis estudios. Solo le dije a mi madre que todo había ido bien y sentí sus lágrimas que, momentáneamente, me despertaron un sentimiento de cul-pa que nunca antes había sentido. Pero fue una sensación pasajera. Me he realizado con mi propio esfuerzo y no he querido nunca apoyarme en nadie. Incluso en el trabajo, salí adelante porque elegí aliarme conmigo misma.