Hace 200 años, un niño de nueve años, pobre y sin otro futuro que ser agricultor, tuvo un sueño. Se lo contó por la mañana a su madre, abuela y hermanos, quienes se rieron de ello. La abuela le dijo: “No hay que hacer caso de los sueños”. Muchos años después, aquel niño, Juan Bosco, escribió: “Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca me fue posible borrar ese sueño de mi mente”. No fue un sueño como otros y no murió al amanecer. Regresó unas cuantas veces más. Con una apasionante carga de energía que fue, para Juan Bosco, fuente de go-zosa seguridad y fuerza inagotable. La fuente de su vida. Tuvo un sueño En el juicio diocesano para la causa de beatificación de Don Bosco, Don Rua, su primer sucesor, declaró: “Me contó Lucía Turco, miembro de la familia donde Don Bos-co iba a menudo para estar con sus hermanos, que una mañana lo vieron llegar más contento que de costumbre. Cuando le preguntaron por el motivo, respondió que había tenido un sueño durante la noche que lo había alegrado”. “Cuando le pidieron que lo contara, explicó que había visto a una Señora que venía hacia él, que tenía detrás un rebaño muy grande, y que, acercándose a él, lo llamó por su nombre y le dijo: ‘Aquí está Juanito: todo este re-baño lo encomiendo a tus cuidados’”. “explicó que había visto a una Señora que venía hacia él, que tenía detrás un rebaño muy grande, y que, acercándose a él, lo llamó por su nombre” 7 Boletín Salesiano |