Una mirada desde América Latina América Latina se encuentra en situación de especial vulnerabilidad ante la amenaza ambiental y el cambio climático con economías dependientes, profundas bre-chas de desigualdad entre países y al interior de ellos, con Estados débiles con poca capacidad de regulación y temas percibidos como urgentes: pobreza, violencia, corrupción que enmascaran o invisibilizan la problemá-tica ambiental. La urgencia en atraer inversores externos para dinami-zar la economía lleva a los Estados a relativizar o flexibi-lizar exigencias tanto en lo que refiere a aportes impo-sitivos como a condiciones laborales del personal local y a las normativas de protección ambiental. América se caracteriza por la frecuencia de emprendimientos que tienen alta rentabilidad para los inversores pero que no asumen responsabilidad sobre los daños y las conse-cuencias negativas de sus actividades en el plano social y ambiental. Otra de las características de la región es la existencia de poblaciones que sobreviven en base a actividades de tipo artesanal fuertemente dependientes del entorno natural tales como pesca, agricultura o minería en pe-queña escala. Estos grupos, al no contar con posibilida-des de recurrir a tecnología para minimizar los efectos del cambio climático se ven expuestos a la miseria y el hambre que los lleva a la expulsión de sus territorios y a migrar hacia las ciudades o hacia países limítrofes. El Banco Mundial analiza la incidencia de los eventos cli-máticos en las migraciones y los desplazamientos inter-nos. Afirma que en el 2050 el cambio climático podría generar la migración de 216 millones de personas en el mundo, especialmente en las regiones con mayor vulne-rabilidad y pobreza (Clement, Kanta, de Sherbinin, et al., 2021) con el consiguiente incremento de su vulnerabili-dad ante la trata, el tráfico de personas y otras formas de explotación. Una tercera singularidad de nuestro continente es la vio-lencia con que se expresan los conflictos de intereses y el peligro que corren los lideres ambientalistas. América Latina concentra 70% de los crímenes contra defenso-res ambientales de todo el mundo (1.910 en los últimos 10 años). El año pasado fueron asesinadas en la región 177 personas lideres ambientalistas (cifras citadas por Jonathan Hurtado La Diaria) Pero entre las singularidades de América Latina tam-bién encontramos fortalezas. La herencia cultural de los pueblos originarios aporta una mirada diferente. Las comunidades indígenas y campesinas son portadoras de un conocimiento milenario sobre biodiversidad, plan-tas, animales, agua y clima. Mientras la cultura occidental separa radicalmente lo humano de lo natural, lo que nos lleva a pensar que la naturaleza debe estar a nuestro servicio y que los fenó-menos naturales surgen determinados por lógicas natu-rales que nada tienen que ver con los comportamientos humanos. En las cosmovisiones de los pueblos origina-rios lo humano y la naturaleza conforman una unidad in-separable. Lo humano es parte de las naturaleza e inse-parable de ella. Conciben el lugar de lo humano incluido en un sistema donde todos los componentes son nece-sarios para conservar los equilibrios. Este concepto co-mún a la cosmovisión de pueblos originarios de América ha sido traducido al español como Buen Vivir. Se trata de un vivir en comunidad, un convivir; con la con-vicción de que no puede existir una vida plena al margen de una comunidad, pues en ella se materializan las dife-rentes formas de solidaridad y de respeto a la naturaleza que permiten la consecución y el mantenimiento la vida. El Buen Vivir incluye tres dimensiones inseparables: la armonía interna de las personas, la armonía social con la comunidad y entre comunidades, y la armonía con la naturaleza. Esta cosmovisión se aproxima a las actuales concep-ciones sistémicas en que “los humanos somos una he-bra más en la trama de la vida”. (Capra 1996) Este acervo cultural, por lo general desconocido o des-valorizado desde la cultura dominante, tiene un enorme potencial al momento de promover el compromiso de las comunidades en la defensa del ambiente y consti-tuye un insumo relevante cuando se aborda el desafío educativo. La niñez y la adolescencia no solo son los más afecta-dos por el creciente deterioro ambiental, sino que van a heredar un planeta con niveles de deterioro ya irrever-sibles. Ante esto, debemos dar lugar a su protagonismo, promover que sean parte del cambio, no solo trabajar pensando en ellos sino hacerlo con ellos y ellas. En esto América Latina también viene haciendo su propio ca-mino con organizaciones de niños, niñas y adolescen-tes que expresan sus opiniones. Muchos gobiernos de la región cuentan con Consejos consultivos u otros me-canismos de consulta, Los niños y adolescentes están organizados en redes subregionales que han mostrado sensibilidad y capacidad de propuesta en estos temas. SEGUIR LEYENDO SEGUIR LEYENDO